¿Está nuestro cerebro preparado para ser feliz?

¿Te habías hecho alguna vez esta pregunta? ¿Hasta qué punto no es una falacia pensar que la felicidad existe? ¿Y si estás persiguiendo un imposible? ¿Qué clase de felicidad realmente podemos conseguir? La psicóloga Jenny Moix en Felicidad Flexible, uno de mis libros preferidos, dice: Nos ha tocado un mundo en que se nos programa para creer que es posible vivir sin sufrimiento en un estado de felicidad constante y que se consigue con facilidad.”

Más de una vez he comentado que según la Neurociencia, la prioridad máxima de nuestro cerebro es sobrevivir, no ser feliz. ¿Qué pasa una vez que superamos este «modo de supervivencia»? ¿una vez que tenemos todas las necesidades cubiertas (como proponía Maslow) podemos entonces «ser aptos/as» para la felicidad?

Nietzsche, por ejemplo, pensaba que no, que realmente nunca seremos capaces de ser felices. Y podemos llegar a estar de acuerdo con el famoso filósofo, razones no nos faltan según todo lo que nos indica la Neurociencia:

  • El cerebro tiende a fijarse más en lo negativo que en lo positivo por razones de supervivencia. Mientras que la información negativa nos previene contra las amenazas, la positiva no es crucial para sobrevivir. Cuando éramos cazadores recolectores, para salvar la vida era más importante saber dónde acechaba un depredador que el lugar donde se encontraba una flor aromática, por extraordinaria que esta fuera.
  • Necesitamos sentir emociones desagradables para poder hacer cambios que mejoren nuestra supervivencia. Todas las emociones son útiles para nuestra supervivencia como individuo y como especie. Las emociones nos mueven, nos empujan a realizar acciones para conseguir un equilibrio interno (homeostasis) que nos hace sentir bien y «cubiertos». Lo que el miedo y el dolor son más urgentes, nos tiran más, que el deseo o el placer.
  • El cerebro «racional» odia la incertidumbre (teme a la MUERTE). El gran desarrollo que ha tenido las zonas “racionales” del cerebro (lóbulo frontal) nos ha dado muchas capacidades increíbles, como que controlemos mejor nuestras conductas (mejor conexión social), nos permite la “anticipación”, imaginar, predecir qué pasará en un futuro (favorece enormemente nuestra supervivencia), peeeero (siempre existe un pero😂), esta anticipación también ha traído mucha ansiedad. La incertidumbre da miedo, tememos el miedo a la muerte. Por eso, muchos científicos/as creen que sin la creencia de que existe un Dios o cualquier «asistencia divina» que nos «calme» este miedo, no podremos nunca ser felices.
  • El cerebro evita el dolor. Y no sólo hablamos del dolor físico que sentimos cuando nos damos un golpe en el pie, sino también del dolor emocional que que se crea al sentirse una/o rechazado/a o no querido/a por la sociedad, por nuestra comunidad. Formar parte de una “tribu” es esencial para la supervivencia. Por eso no es raro que el cerebro diseñara un mecanismo que activa el dolor cuando corremos el peligro de perder la conexión social, que de hecho, es el mismo circuito neuronal que se activa cuando nos hacemos daño físico. A veces por evitar este dolor dejamos de ser «nosotros mismos» y/o no aceptamos lo que realmente somos. Muchos creen que esto genera una gran fuente de sufrimiento.
  • Cuando el cerebro va en busca del placer siempre quieres más. Nuestro cerebro está diseñado para ir en busca del placer y querer más de aquello que nos ha causado placer. Esto nos lleva a la dopamina de la que ya hablé en posts pasados, y que está detrás del deseo, de la anticipación del placer. Cuando vivimos buscando el placer constantemente, es fácil poner la felicidad fuera: “Cuando consiga esto, seré feliz”, haciéndola depender de un objetivo. Y de nunca tener suficiente.
  • Un cerebro que divaga es un cerebro infeliz. Este fue el título de uno de los estudios más famosos en el mundo de la Neurociencia. Nos pasamos la mitad del día «en babia», pensando en el pasado, anticipando el futuro, y el presente ¿para cuándo? Nuestro cerebro tiende a distraerse, a divagar. Nos aleja del presente que es lo que en principio nos aporta más felicidad. Quizás por eso hay científicos/as que creen que solo en la infancia somos realmente felices. Un bebé vive en un estado de presente puro, no divaga, no guarda tanta información en su cerebro para que este pueda «saltar de un lado a otro». En un cerebro adulto esto es inevitable.
  • El cerebro consta de una consciencia y de un sentido del «YO» que puede llevarnos al sufrimiento. Estos dos puntos para mí son de los más interesantes. Por eso, me voy a explayar aquí un poco más. 😉

Primero, que los seres humanos tengamos consciencia de todo lo que ocurre fuera y dentro de nosotros, es una arma de doble filo. Gracias a la consciencia podemos disfrutar y valorar de los placeres, deseos y quizás incluso de la felicidad, pero esto siempre irá acompañado por la certeza de que en algún momento u otro todo terminará (es lo que tiene el poder de «anticiparlo todo»). Saber qué mi vida o la de mis seres queridos en algún momento terminará ¿Cómo me hace sentir esta «certidumbre»?

Dan Millan decía: « Si no tienes lo que quieres, sufres; si tienes lo que no quieres, también sufres; incluso si tienes exactamente lo que quieres, sigues sufriendo porque no lo puedes tener siempre».

Por otro lado, está el sentido del YO en el cerebro. Para muchos budistas el YO (o el famoso EGO) es la causa de todo sufrimiento. Me encanta la frase que dicen muchos budistas: «No yo, no problema». ¿Es posible disolver el sentido del YO en el cerebro? Según la Neurociencia, el YO es una variable inherente y necesaria para el cerebro, forma parte de nuestra naturaleza humana, y sólo se puede disolver en estados alterados de consciencia o cuando existe algunas patologías mentales o lesiones en el cerebro. En concreto, se ha visto en diferentes estudios que cuando disminuye la actividad neuronal del lóbulo parietal es cuando tenemos ese sentimiento de conexión del YO con todo lo que me rodea (característica muy común en toda experiencia espiritual).

Con todo lo visto hasta aquí no quiero tampoco que nos pongamos pesimistas. Sigue leyendo porqué tengo guardado un AS en la manga. 😉 Existen personas que son felices, que las ves y sabes que independientemente de lo que les pase, estarán bien, se sienten bien (la mayor parte del tiempo). ¿Qué tienen de especial estas personas? Estas una de las grandes preguntas que me hicieron casi todas las personas que me entrevistaron después de publicar el Cerebro de la gente feliz.

¿Cómo es el cerebro de la gente feliz?  Yo siempre contestaba lo mismo: «Un cerebro feliz es aquel que presenta una activación normal de todas sus partes (por ejemplo, no tienen una amígdala super activada a causa de mucho estrés), y que está repleto de los llamados neurotransmisores de la felicidad«.

Creo que mi respuesta no les satisfacía. No los culpo. Si tenemos que echarle la culpa a alguien (que tampoco es el plan) se la podríamos echar a la propia Neurociencia. Los neurocientíficos han hecho increíbles progresos investigando sobre la neuroanatomía funcional del placer y sobre cómo ganar en bienestar, pero poco se sabe sobre la Neurociencia de la felicidad como tal. 

Mi AS de la manga, para finalizar este post, es que menos mal que existe la PLASTICIDAD NEURONAL. Tenemos un margen de maniobra de un 50-60% para cambiar nuestro cerebro gracias a esta plasticidad neuronal que se da a través de aquello que vamos aprendiendo y viviendo en nuestro día a día. Todo lo que hacemos y pensamos moldeará nuestro cerebro de una manera u otra: el estilo de vida que llevemos, nuestras creencias y valores, nuestras amistades, etc. ¡Así es que sí podemos hacer por conseguir tener ese cerebro funcionalmente equilibrado y lleno de los neurotransmisores de la felicidad!

¿Cómo? ¡Te lo cuento todo en mi próximos cursos de Neurociencia, en mi nuevo libro Neurocuídate, y cómo no, en la Newsletter! 🙂

¡Un abrazo enorme!

Sara Teller

Deja un comentario

Sara Teller